Piquito de Oro

Corre el año 2002 en la Argentina, el de la gran crisis, y, desplegadas en simultáneo a lo largo de varios meses, dos historias se entrelazan. Por un lado, la de un joven sociólogo cuyos sobreprotectores padres han fallecido y que, "huérfano" -como él mismo se define-, vive con una intelectual de mayor edad; por otro, la de la familia de un médico asesinado una noche en la calle, a pocos metros de su casa. La investigación policial por el crimen transcurre paralela a la pesquisa de "Piquito de oro" sobre la realidad "cataclismática" que lo rodea, un día a día que dice tanto de una catástrofe personal como social. Y en ese ida y vuelta entre ambas, se contraponen también dos formas de contar: una narrativa moderada, en tercera persona, alrededor de la muerte del médico, que por momentos queda sepultada por la verborragia incontenible de "Piquito", un burlador de sí mismo que, sin embargo, parece estar convencido de que el problema no es aquello que lo rodea sino él mismo, gran arruinador de todo lo que toca. Con Piquito de oro, Gustavo Ferreyra confirma una vez más su lugar gravitacional en el mapa de la narrativa argentina. Un estilo capaz de anclarse en voces disímiles con la soltura de quien sabe que lo suyo, más que una muestra de pericia, es un modo por demás personal de entender no sólo el mundo, sino también la literatura que le da forma.

Corre el año 2002 en la Argentina, el de la gran crisis, y, desplegadas en simultáneo a lo largo de varios meses, dos historias se entrelazan. Por un lado, la de un joven sociólogo cuyos sobreprotectores padres han fallecido y que, "huérfano" -como él mismo se define-, vive con una intelectual de mayor edad; por otro, la de la familia de un médico asesinado una noche en la calle, a pocos metros de su casa. La investigación policial por el crimen transcurre paralela a la pesquisa de "Piquito de oro" sobre la realidad "cataclismática" que lo rodea, un día a día que dice tanto de una catástrofe personal como social. Y en ese ida y vuelta entre ambas, se contraponen también dos formas de contar: una narrativa moderada, en tercera persona, alrededor de la muerte del médico, que por momentos queda sepultada por la verborragia incontenible de "Piquito", un burlador de sí mismo que, sin embargo, parece estar convencido de que el problema no es aquello que lo rodea sino él mismo, gran arruinador de todo lo que toca. Con Piquito de oro, Gustavo Ferreyra confirma una vez más su lugar gravitacional en el mapa de la narrativa argentina. Un estilo capaz de anclarse en voces disímiles con la soltura de quien sabe que lo suyo, más que una muestra de pericia, es un modo por demás personal de entender no sólo el mundo, sino también la literatura que le da forma.